sábado, 10 de diciembre de 2016
Una heliconia para el corazón de una mujer
Una heliconia para el corazón
de una mujer de ensueño en una noche de espejismos
Olegario Ordóñez Díaz
(Colombia)
«Mi corazón pide perdón
por latir tan fuerte frente a mi amada.
Sólo pido que la noche sea lenta,
porque será la única».
Poema árabe. Gloria Pérez, «El clon»
A Lina G.
La heliconia es un colibrí calotorax de alas multicolores que me ha llevado desde la noche hasta el corazón apacible de una mujer de ensueño: cálido nido de ternura donde he descansado de mi largo viaje.
Sucedió una fría noche de mayo en medio del bullicio de los corrillos que se formaban como espirales interminables en un acto social, después de prolijos homenajes y banales discursos de campaña.
Entre el frenesí que producían los vasos de whisky, se reconocían y se abrazaban los viejos y los nuevos amigos, dándose golpecitos en la espalda, mientras esbozaban sobre los hombros sonrisas de fingida sinceridad. Así se celebraban los encuentros y se acordaban futuras promesas.
Con sus agujas de ancianas sabias, las horas tejían y destejían olas de murmullos que levantaban y bajaban en sus crestas comentarios sobre política, conflictos sociales, procesos de paz, elecciones, puestos, discordias, alianzas y estrategias. Se construía un mundo nuevo y efímero; se confundían y se deshojaban las mentiras, las verdades, la desesperanza, la ilusión, las inciertas promesas, el ayer y el mañana… En esta noche de lluvia, dentro de la estancia del prestigioso hotel de mullidas alfombras rojas con bucles dorados, se libaban dulces horas de divertimento y ficción, amenizadas por la melodía que producía el grave rumor de las palabras. Algunas personas parecían golondrinas buscando sus nidos; otras, en silencio, ya embriagadas y solas, sin saber a qué habían venido, lloraban su nostalgia y, quizá, sus anhelos frustrados.
Entre todos los grupos me fijo sólo en uno; dejo que las otras historias de esta noche se filtren por sus propios laberintos indescifrables. Allí, en una esquina del salón —a escasos diez pasos de donde nosotros habíamos formado nuestra propia isla de tres personas—, en medio de cinco acompañantes emerge una joven y encantadora mujer, envuelta en un velo de niebla, como si saliera de un lago de la sabana; una mujer de ensueño, una maga que aparecía desde los confines misteriosos de la noche.
Me quedo mirando aquella extraña visión. Sólo la veo a ella entre todas las sombras del amplio salón que ha sido adornado con grandes, hermosas y coloridas flores. Como si fuera una eternidad pasan los segundos. Sólo con ella he abierto un canal de unívoca comunicación. Es una mujer independiente, natural, con la mirada curiosa e intuitiva de sus profundos y fijos ojos negros, de boca sensual y sonrisa alegre, de la cual brotan palabras inteligentes, suaves y subyugadoras. Lo percibo por el movimiento de sus labios, sus gestos y ademanes, y por la expresión fascinada de quienes la rodean. La última persona que ha arribado a ese cuadro de Fuentes ha sido el anciano que estaba junto a mí y que, ya entonado, decidió escaparse al grupo de la joven para disfrutar un instante de su alegría.
Al observar aquella mujer de ensueño, me invade el éxtasis que se tiene al contemplar una obra de arte. Tengo el presentimiento de que es un cofre de secretos, enigmas y misterios. De repente, nos sorprende el mutuo encuentro de una mirada casual. Me hallo en un instante con ella. Le hago un brindis desde lejos. Ella busca su copa y, con una sonrisa, brinda conmigo. Ya la comunicación es biunívoca, aunque sea por una fugaz reverberación del tiempo.
A medida que pasan los minutos, crece en mí el deseo de hablarle, de manifestarle la alegría de saber que está aquí, de haberla visto un momento, sin saber siquiera quién es; de decirle que esta noche ella es poesía; que estos pequeños hechos animan la vida, y que aunque sea un ave que pronto levante vuelo de nuevo hacia el infinito, habrá dejado en esta noche su imborrable estela luminosa.
Entonces, en un impulso repentino e inexplicable, venzo la timidez espectral que siempre me ha acompañado, elijo y tomo la heliconia más hermosa entre todas las flores que adornan el salón, me dejo llevar, con mi corazón palpitante —como el de un romántico decimonónico— hasta el corazón apacible de la muchacha, e irrumpo en el grupo asombrado que la rodea, para expresarle mis pensamientos en el lenguaje más universal: el de las flores; para decirle, al tiempo que le entrego la heliconia, que ella es la reina de la noche, una mujer de ensueño; que esta flor sólo es un pequeño tributo a su belleza y que todos los que están aquí son los seres más afortunados por compartir su alegría.
Ella, sorprendida, ha recibido la flor con una sonrisa amable y cariñosa. Y ya convertida por la magia del destino en la dama de las heliconias de suaves pétalos que se pintan de rubor, parece que flotara en el ambiente. Un suave rayo de luna la ilumina, haciéndola ver aún más bella.
Sí; he atravesado el tiempo y he vencido la noche con la luz de una flor. Me he acercado como un intruso para llamar su atención… Y ella abrió afable su ventana. Hasta su balcón he llegado con una heliconia, cultivada con amor en el corazón de un jardinero... A ella, la mujer más hermosa de la fiesta, he importunado esta noche con una bella flor del color de su blusa, del color de sus mejillas, del color de sus labios, del color de sus ojos. La heliconia se ha sentido orgullosa de que una muchacha bonita la tenga entre sus manos, y sus largos pétalos se estremecen con vanidad.
Entre risas y juego, los integrantes del grupo, como los pretendientes en la lejana Ítaca, quieren ser los que le han regalado la heliconia. Pero ella sabe que he sido yo, Odiseo, que en el humilde vuelo de un colibrí he surcado los mares desde tiempos inmemoriables para llegar a ella. Sólo yo, el que tal vez nunca más la verá; el viajero que siempre guardará el encanto de esta noche.
He atrapado su corazón puro. En él he descansado de mi largo viaje. Esa mujer delgadita de cabellos fluviales; esa muchacha alta de ojos almendrados en los cuales se dibuja la noche con todos sus enigmas; esa mujer sencilla, de sonrisa amable y gentil, que ha roto el frío con su alegría y sus palabras, se llevó la heliconia en su corazón. En realidad, ella fue la agasajada… Ella, en quien se descubre, en el breve espacio del universo, la poesía que hay en su ser, en su inteligencia. Ella, la poesía misma que tornó en encanto una velada taciturna.
Una flor abre el corazón de una mujer que ama la vida y conserva el lirismo en su alma. La muchacha de la heliconia por siempre la cultivará en el jardín de su ánima idílica. Nunca la dejará. Sé que no lo puede hacer porque es sensible. Tiene esa ternura inequívoca que es el milagro más certero para cambiar el mundo. Entre la bruma de la noche se destila su poesía tropical. Sé que danza; sé que su cuerpo tiene ritmo de bambucos; su piel, el sol de la llanura; su canto, el rumor del viento entre los arrozales. Sus ojos negros, misteriosos y secretos son portadores del fuego del Helicón. Y yo soy un argonauta que ha naufragado en ellos. Sé también que ella tan solo es un espejismo del pasado y del futuro en el cual siempre estaré envuelto…
Esta noche me ha dicho que ha venido sola. Le he prometido que no andará más sola porque siempre voy a estar con ella. Seré un jardinero para cuidarla. Yo sé que, en secreto, conmigo iría al mar, tal vez subiría en una nube, o viviría en otra galaxia. Sé que se adentraría tomada de mi mano en los misterios de las sombras, en los rayos del día, en los sueños del mañana. Tal vez en la dimensión de otro encuentro fortuito, en otro mundo yuxtapuesto, los hilos rojos y delgados del destino sigan tejiendo nuestra historia...
En medio de la noche en la cual surgen cientos de fastos de seres anónimos, ella ha sido protagonista de un relato inolvidable. También yo lo he sido. Después de ese relámpago que condensa la vida, ya no será más ella. Se habrá perdido en la bruma de la noche, sin mirar atrás. Pero su recuerdo se habrá quedado suspendido en un eterno viaje en el tiempo y en el espacio, como el vuelo perenne de un ave del paraíso que despierta fascinación y que va cambiando el mundo con su alegría.
Tal vez nunca más la veré, a ella, a la que se va, a la muchacha del olvido que ahora es una heliconia, le he dicho. Pero siempre encontraré a la musa del corazón de ensueño (aunque su imagen se diluya en el tiempo) en cada instante secreto, en la sonrisa que ilumina, en el goce de una palabra, en la esencia de un beso, en el aroma de una flor, en la emoción de una pintura dianista. Mañana escucharé muchos discursos, asistiré a muchos eventos iguales, pero como ella no veré a ninguna otra en ningún rincón de la Tierra.
Ave del paraíso, grácil, ligera, de inmensa alegría:
sólo te veré en el destello de otra noche de espejismos.
Por una breve tregua del tiempo aquella noche la guerra desapareció del mundo… En ese mínimo corpus la poesía reveló un camino a la vida. A veces la existencia nos proporciona estos destellos metafóricos para recordarnos que en los pequeños momentos de cada día podemos encontrar y sentir la felicidad, nuestro perenne carpe diem.
Luego se apagaron las luces. Se esfumaron las voces, las risas y las figuras confusas. Se fueron para siempre. Solo quedan en la mente y en estas palabras pequeñas memorias del tiempo. Ahora viajo, sin presentimientos, en su corazón.
Aquella noche de mayo salí a la soledad de la calle. Seguía lloviendo. Pero, extrañamente, no me sentía solo.
Hoy, con el paso circular de los días y los años, creo que aquello sólo fue un sueño. Un espejismo. La magia de un relámpago en el tiempo. Me suele suceder… No supe su nombre. Fue un ave del paraíso que bajó por un instante. Ella se quedó suspirando con la heliconia y yo me fui abrigando en silencio mi alma, protegiéndome de la lluvia con su recuerdo. Sin tristeza. Con alegría y cierta nostalgia…
Sin planes. Como el eterno fantasma que soy.
Bogotá, junio de 2005- diciembre 2016
miércoles, 31 de agosto de 2016
Máster en Estudios Universitarios de Literatura Española e Hispanoamericana Universitat de Barcelona
Máster en Estudios Universitarios
de Literatura Española e Hispanoamericana
Universitat de Barcelona
sábado, 28 de mayo de 2016
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