domingo, 25 de abril de 2010

El tesoro - Cuento

EL TESORO
Por Olegario Ordóñez Díaz

El quiromántico me ha dicho, mirándome con la trascendencia de sus enormes y fijos ojos azules que brotan tras los gruesos cristales de aumento de sus gafas, que en la vida pasada fui una persona que tuvo mucho dinero. Ésta ha sido una extraordinaria revelación para mí, porque en esta vida nunca he sabido lo que es tener "mucho dinero".

El quiromántico no me dijo más. Pero desde que esa revelación del adivino llegó a mi vida, sé que tendré plata, pues si el individuo que fui en una vida pasada era amante del dinero —y tenía mucho y en abundancia—, estoy seguro que en alguna parte ha debido, —mejor: he debido— dejar guardada una gran cantidad para la otra vida, o sea para ésta.

Por eso ahora yo tan sólo me preocupo —y hago grandes esfuerzos regresivos— por recordar dónde habré dejado tanto dinero, para ir de inmediato a recogerlo y disfrutar ese anhelado tesoro...

Bogotá, 2008
Ordóñez Díaz, Olegario. Filemón Luna, el soñador enamorado y otros relatos. Bogotá: Cátedra Pedagógica, 2010.

Infortunio - Cuento

INFORTUNIO
Por Olegario Ordóñez Díaz




Cuentan de una pobre mujer que siempre se vestía de rojo y que toda su vida vivió triste. No pudo apreciar con sus hermosos ojos el limpio cielo, ni sintió la caricia de la brisa de otoño, ni se pasó lela las horas aspirando la primavera, ni feliz imaginando mundos fantásticos en las nubes.

Tal vez sintió inmensa alegría cuando nació su hija, después de tres matrimonios fracasados. Quizá entonces fue la única vez que se iluminaron de ternura sus ojos almendrados; pero, inexplicablemente, se sumió de nuevo en su profunda y eterna melancolía.

Cuatro años después durante la primavera le dio por morirse —dicen que de tristeza y aburrimiento— al otro lado del mar, lejos de su patria, y en el invierno de sus treinta y siete años. Los periódicos de todo el mundo publicaron la noticia en grandes titulares de primera página: "Muere rica heredera de magnate petrolero griego. Su fortuna ascendía a más de mil quinientos millones de dólares".

Y se murió así, en el abandono y la soledad de su cuarto, mientras el paisaje comenzaba a iluminarse de vivos colores.

En la florescencia marchita de su juventud fue sólo una hoja seca que arrastró el viento.

En una gota de rocío que resbaló por sus mejillas en el instante postrero y que cayó sobre su vestido rojo, lloró la melancolía de su infancia más pobre que la infancia de todos los niños pobres de la Tierra.

Nunca se sintió amada y siempre tuvo la sensación de que un gran vacío arrastraba su corazón hacia un abismo inexorable...
Ordóñez Díaz, Olegario. Sueños de Príncipe y otros cuentos. Bogotá: Cátedra Pedagógica; 2da edición 2010.