lunes, 18 de julio de 2022

EN TRES DÍAS FUNDAMOS LA SEDE UNIVERSITARIA UNISUR (HOY UNAD) DE LA PLATA, HUILA, HACE 35 AÑOS

 EN TRES DÍAS

FUNDAMOS LA SEDE UNIVERSITARIA UNISUR (HOY UNAD) DE LA PLATA, HUILA, 

MENSAJE A LA UNAD, LA PLATA, HUILA, EN SU ANIVERSARIO

Mi nombre es Olegario Ordóñez Díaz. En estos cuarenta años de historia de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, UNAD, y los 35 de la UNAD La Plata, Huila, quiero presentar mi saludo a las directivas Nacionales y locales, a los docentes y a los estudiantes que forman parte de esta gran familia Unadista. Agradezco la invitación de la sección Recordar es vivir y aprovecho la oportunidad para comentarles brevemente, a manera de historia o anécdota, cómo fueron los inicios de esta gran Universidad que hoy es patrimonio de nuestro municipio de La Plata.

Recuerdo que yo era profesor de español del Instituto Técnico Instituto Agrícola. Un viernes por la tarde de 1988 pasaba frente a una cafetería que quedaba en la esquina de la cuadra del Palacio de Justicia, cuando me llamaron para tomar un tinto y directamente hacer una propuesta: crear en La Plata, una sede de la Unidad Universitaria del Sur de Bogotá, Unisur. La propuesta provenía del director del CREAD UNISUR de Pitalito, doctor Jesús Eugenio Henao, quien estaba acompañado por miembros de la Asociación de Profesionales de La Plata, a la cual yo también pertenecía: José Silva, Carlos Niño, y creo que el señor Lizcano. Considerando la necesidad que tenía el municipio de una Universidad pues salían bachilleres de seis colegios, muchos de ellos no tenían oportunidad de estudiar una profesión en la capital del departamento, ni en Bogotá, Cali o Popayán, y considerando la importancia de la universidad para el desarrollo de un pueblo, el ofrecimiento resultaba vital. Planteaban así mismo que yo asumiera la coordinación, pues estaba en el campo educativo. Yo dije:

“La propuesta es muy importante. Déjeme, doctor Jesús, ocho días para pensarlo.

“No. Tiene 30 segundos para decidir y van quince”, dijo Chucho Henao, con el afán que siempre lo caracterizaba.

Entonces como suelen ser a veces las decisiones y sabiendo que el proyecto universitario contaba con el apoyo de la Asociación de Profesionales, sin pensarlo más. De inmediato dije: “¡Sí! ¡Acepto!”.  El doctor Chucho, vinimos a saber después, vivía una segunda oportunidad en la Tierra después de haber sufrido un atentado por defender un árbol, una especie de roble única en el mundo y que dos personas querían tumbar, ante la defensa insistente que hiciera el doctor Henao, le dispararon un tiro en el pecho, y huyeron. El doctor Chucho cayó al suelo, pero después de la conmoción inicial, se paró, sangrando, subió a la camioneta y condujo hasta el hospital, donde pudieron salvarle la vida pues el tiro lo había atravesado por el único lugar que no afectaba un órgano vital. Desde ese día todo era rápido para el doctor Jesús Eugenio.

En fin, después de dar la respuesta afirmativa, acerca de la Universidad, empezamos la tarea ese mismo fin de semana. Entre sábado y el domingo realicé el perifoneo, como se solía hacer para anunciar los eventos, en un jeep que don Juan Rivera Llanos alquilaba por horas y que tenía acondicionado un parlante: Con micrófono en mano yo anunciaba el magno evento por todas las calles. “¡Atención, estudiantes, bachilleres, padres de familia y comunidad en general! ¡Llegó por fin la Universidad a La Plata! ¡Aproveche! ¡No pierda la oportunidad de hacerse profesional! ¡Matrículas el lunes en el Palacio de Justicia, en la oficina de la Asociación de Profesionales, a las ocho de la mañana! Hágase profesional en una de las tres facultades que ofrece la Unidad Universitaria del Sur de Bogotá, Unisur: Ciencias Agrarias, Administración de Empresas e Ingeniería de Alimentos… Atención, por fin llegó la Universidad a La Plata…

Así, en tres días fundamos la sede de la Universidad UNISUR, hoy Universidad Nacional Abierta y a Distancia UNAD de La Plata, Huila. El lunes matriculamos a 112 estudiantes. La matrícula, por semestre, valía en ese entonces 12.000 pesos.

Desde el principio tuvimos la idea de que la Universidad fuera presencial, lo que facilitaría el proyecto, pues en ese tiempo no existía internet ni celular, ni Facebook, ni menos WhatsApp. Ni siquiera lo imaginábamos, a no ser por la descabellada idea que había expuesto un campesino en la Pasada feria de la Ciencia y del Ingenio Popular en homenaje al doctor Manuel Elkin Patarroyo, organizada por la misma Asociación de Profesionales en 1986, y que había presentado ante un auditorio, pero sin querer mostrar en público el aparato porque la empresa de teléfonos le podía robar la idea: “El teléfono inalámbrico para llamar a cualquier parte del mundo”.

¿Pero, bueno, cómo fueron las clases presenciales de la Universidad? Ese mismo fin de semana, con la idea de hacer presencial la universidad, también le había solicitado a la directora de la Escuela Pedro María Ramírez, profesora Ercilia Calderón que, por favor, nos prestara tres salones para que funcionara allí la universidad. La profesora Ercilia, con toda confianza, nos dio las llaves de la escuela.  Y empezamos el martes las clases de la primera universidad en el municipio de San Sebastián de La Plata, UNAD en un horario de 6:30 a 9:00 de la noche. Un salón para cada facultad.

Como anécdota, les comento que yo, además de ser el coordinador, era el único profesor de las tres facultades. Entraba a un salón, donde estaban los estudiantes de la Facultad de Ciencias Agrarias, orientaba los contenidos durante 30 minutos, dejaba actividad para que los estudiantes la realizaran, mientras volvía; luego pasaba al otro salón, a la facultad de Administración de Empresas, dictaba la clase, dejaba actividad y, finalmente iba a la facultad de Ingeniería de Alimentos. Luego regresaba al primer salón, a la Facultad de Ciencias Agrarias, comentábamos, debatíamos, corregíamos; salía entraba al otro salón, hacía lo mismo y finalmente en el tercer salón. Estudiábamos el primer Módulo de Axiología de la Educación Abierta y a Distancia: la formación de los grupos de trabajo, CIPAS, y los valores principios básicos que deben tener todos los estudiantes de la Educación a Distancia: la responsabilidad, el trabajo en equipo y la Autonomía.

 Cuando terminábamos las clases, a los 9:30 de la noche, los estudiantes y yo barríamos el salón y organizábamos los pupitres, para que los niños de la escuela al otro día desarrollaran sus actividades académicas sin contratiempo y finalmente, cerrábamos con candado la Universidad… Pues sí, nos tocaba hacer también el trabajo de portería. Y todo lo hacíamos con alegría.

Aquella fue una etapa maravillosa, mágica, de mucho entusiasmo, aunque de todas maneras hubo algunas personas, como es natural, que miraban con escepticismo, el proyecto, o que incluso no lo creían y hasta llegaron a tildarnos de locos. Pero eso nos seguía animando más, para demostrar que nuestro camino era correcto.

Recuerdo algunos estudiantes, como José Gabriel Ordóñez, Antonio Aguilar, Emiro Muñoz, Nohora Montoya, Idaly Tamayo y su esposo José Othain Ceballos, y en sus inicios de su vida universitaria a María Esther Medina. Por la misma época, la Secretaria Departamental de Educación del Huila, doña Consuelo González de Perdomo, era también estudiante de la Universidad en la sede de Pitalito.

Hoy, aprovecho en Recordar es Vivir para dar mi reconocimiento a esos 112 pioneros universitarios, los cuales aceptaron el reto de hacer la vida universitaria, de estudiar, hacer amigos y como en todo conglomerado social, hasta de enamorarse, casarse y formar un hogar de profesionales.

El entusiasmo por vivir la vida universitaria era tal que organizamos grupo de teatro, de deportes, danzas, dirigidas ad-honorem por Pablo y Socorrito Cuéllar. Organizamos la primera copa de fútbol UNISUR, participamos en encuentros con estudiantes de geología de la Universidad Nacional de Colombia, quienes visitaban La Plata. Participamos en eventos en Pitalito y en los eventos folclóricos de nuestro municipio, como una manera de integrarnos a la comunidad. Cómo anécdota, recuerdo que participamos con una carroza en la cual llevamos unas manos de casi cuatro metros de alto, como símbolo del trabajo comunitario y de la paz, construida por Idaly Tamayo y demás compañeros.  La llenamos de aserrín, pero cuando la fuimos a levantar no pudimos hacerlo ni entre veinte personas. Eso pesaba más de dos toneladas. Y entre la desazón y la risa, buscamos la forma de llenarla de papel y otros materiales más livianos para poderla llevar en la carroza. Seguro que cada persona que participó en esos inicios universitarios tiene una historia que contar, como me la contaron alguna vez, Ruby Medina e Isabel Houghton Triviño, como la historia que cada uno de ustedes contará a sus hijos y nietos.

Así mismo, tuvimos un programa de radio en la Emisora Villa del Páez “Tribuna Universitaria” que desarrollábamos con el profesor Gustavo Gámez, la profesora Rosario Valenzuela del Instituto Agrícola y el estudiante Rubén Darío Barrera, para promover la universidad. Así llegaron después de la nuestra, otras Universidades, Santo Tomás, Surcolombiana, entre otras.

Nuestro primer periódico dela Universidad UNISUR (UNAD), era de una sola hoja de tamaño oficio, escrita por lado y lado e impresa en el mimeógrafo del taller de Tío Pepe, con una pauta publicitaria que valía 10 (Diez) pesos.

Así mismo, con la Asociación fundamos la ASOSER, entidad de apoyo de padres de familia y de la comunidad a la Universidad.

Luego en el siguiente semestre, y ya en las instalaciones que nos facilitó el SENA, ingresarían profesores Nelson Salazar de física y matemáticas, quien creía que era posible hacer un canal de T.V. Fue el primer profesor nombrado. Y de la Asociación de Profesionales: Carlos Eduardo Niño de Ciencias Agrarias, Valentín Clavijo, Amadeo Medina, José Silva, en Administración de empresas y más tarde el profesor Ricardo Muñoz, en matemáticas. Tuvimos la fortuna de tener una excelente presentación de matemáticas con el profesor Nelson Salazar en certámenes nacionales en Bogotá, y en el V aniversario de UNISUR ganar el Concurso Nacional de Poesía UNISUR, hechos que nos valieron el reconocimiento y el apoyo incondicional de las directivas Nacionales de la Universidad a nuestro CREAD.

La primera secretaria de la Universidad, con apenas 18 años de edad, fue Yineth Vargas, quien después llegaría a ser profesional de la UNAD y directora de la misma y un baluarte fundamental durante muchos años para el crecimiento de la Universidad. Hoy rindo homenaje a su memoria. Podría decir que, la doctora Yineth Vargas, junto con su esposo, el profesor Moisés Moriones, e hijos han sido un vivo ejemplo de lo que es la familia Unadista, trasformaron sus vidas personales, crecieron con la Universidad y proyectaron su sentido de vida al servicio de la comunidad… Sí, La Universidad UNAD transforma la vida de los estudiantes y de sus familias y contribuye al progreso de un pueblo.

Recordar es vivir… Esos fueron los inicios, querida familia Unadista nacional y plateña… Después vendrían, en esos inicios, profesores y coordinadores valiosos como los doctores Carlos Eduardo Niño, Yubérika Hernández, Valentín Clavijo, María Esther Medina…  Adalberto Vargas, Jimeno Castañeda, Humberto Ángel y Yineth Vargas.

Con el trascurso del tiempo, desde 1990, la vida me llevaría por otros senderos, en el mundo editorial y en la misma educación en Bogotá, pero siempre mi corazón ha estado en el municipio de La Plata... Cuando el profesor de la UNAD La Plata, Edward Losada, se comunicó conmigo, me contó que la Universidad ha formado más de 500 profesionales, que en la sede de La Plata tiene algo más de 700 estudiantes, en el perímetro del municipio, y más de 1000 estudiantes en el Occidente del departamento. Me emocioné de alegría por saber que esta fuerza intelectual y profesional es, desde ya, el pilar fundamental del desarrollo de la comunidad y que la Universidad tiene un futuro promisorio, y que siempre hubo personas que creyeron y creen en el proyecto, participaron y participan con su energía creativa y lo han llevado adelante con creces.

Recordar es vivir. Solamente nosotros pusimos el primer granito de arena, la pequeña semilla, pero la construcción de este enorme proyecto es de quienes han estudiado aquí durante este tiempo, de sus familias, de cada uno de los profesores y directivos, del apoyo de la Directivas nacionales y del apoyo del municipio, pero, enfatizo, sobre todo de los estudiantes, futuros profesionales, de su optimismo, de su fe, de sus ganas de transformar sus vidas.

En un país donde a veces nos acostumbramos a que las empresas decaigan, La UNAD ha sido de largo aliento 40 años de historia nacional y 35 de la Plata. Un ejemplo de perseverancia, de demostrar que los sueños se pueden cumplir. Porque los sueños, aunque parezcan empresas delirantes, construyen futuros posibles. Debemos hacer parte de ellos. Mis felicitaciones y mi admiración y orgullo, (y me hago vocero de todos los miembros de recordada Asociación de Profesionales de La Plata), por el crecimiento y el entusiasmo que se ve y se vive en cada uno de los integrantes de los estamentos de la Universidad. También rindo homenaje a la memoria de mi estimado amigo, doctor Carlos Eduardo Niño, que fuera gran impulsor del proyecto, como presidente de la Asociación, profesor y coordinador de la UNAD.

En lo personal, mi saludo y mi eterna gratitud a la vida, como ser humano y como docente, ya que me permitió, en un momento de mi existencia haber compartido y seguir compartiendo con gente maravillosa, haber sido profesor del Instituto Agrícola y del Colegio Marillac; de trabajar por la cultura del municipio, y haber sido también parte de este proyecto maravilloso, que siempre llevo en mi corazón, como familia UNADISTA: la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, UNAD.

En este cumpleaños, un abrazo fraternal para todos ustedes, familia UNADISTA, ¡y que sigan cosechando muchos éxitos académicos, profesionales, personales, familiares y comunitarios…!

Muchas gracias.

Su amigo de siempre,

Olegario Ordóñez Díaz

jueves, 16 de mayo de 2019

LLAMADA DE LARGA DISTANCIA - Cuento - Olegario Ordóñez Díaz


LLAMADA
DE LARGA DISTANCIA

Olegario Ordóñez Díaz

Por la época en que ocurrió la historia que voy a contarles, San Sebastián era un pequeño pueblo tropical de calles polvorientas que en las últimas dos décadas del siglo veinte recién empezaba a disfrutar los adelantos de la tecnología moderna en las telecomunicaciones.  
Antes de que instalaran las mil líneas y los teléfonos de discado directo, sólo había en el pueblo setenta teléfonos negros de dinamo que funcionaban dándoles manivela, después de levantar el auricular, para solicitar las llamadas locales o de larga distancia a la central telefónica,  atendida por una operaria que conocía todos los secretos del pueblo y que para hacer los contactos manipulaba el tablero de teclas y cables que, con la llegada del progreso, fue a parar al Museo del  Centro de Historia.    
Cuando instalaron los nuevos aparatos con discado, los antiguos teléfonos de las casas resignaron el resto de su existencia a  permanecer en los cuartos de San Alejo, los rincones de las salas y los mercados de las pulgas.
Sin embargo, el nuevo servicio público de teléfonos fue un poco deficiente en los primeros años. Entonces, para no someterse a la tortura de interminables filas y de un estricto y estrecho horario, muchas personas, entre ellas yo, recurríamos a los teléfonos privados de algunas casas y varios establecimientos comerciales que prestaban servicio al público.
Uno de estos teléfonos quedaba en la funeraria “El Recuerdo”. Si algún día cualquiera de ustedes visita el pueblo, puede encontrar la funeraria después del Parque de La Pola, subiendo a mano izquierda por la calle principal. El tiempo se ha detenido allí. Verá la misma puerta verde de cedro que indefectiblemente se abre a las seis y cuarenta y cinco de la mañana y se cierra a las ocho de la noche. Y quizá por la necesidad de hacer una llamada de larga distancia o para corroborar esta historia, se atreva a entrar a este lugar.
Cruzando el umbral de la funeraria había un estrecho y frío pasillo, iluminado con la luz de varios cirios blancos y a cuyos lados varios ataúdes permanecían recostados de pie contra la pared. A veces un ataúd amanecía tendido horizontalmente sobre unas bases metálicas de color plata, pero nunca me atreví a mirar si estaba ocupado.
Después de recorrer el pasillo se llegaba a un escritorio atendido por las hijas del dueño de la funeraria, una de las cuales llegó a ser reina de las festividades tradicionales y folclóricas del pueblo. Allí se hacía la solicitud de la llamada. La joven entonces anotaba el número en un cuaderno y señalaba con su mano izquierda el lugar donde el cliente debía esperar el turno de la llamada: un enorme sillón de madera antigua y de cuero labrado en el que, según afirmaba el historiador Constantino Tello, se había sentado una noche de amor el Libertador Simón Bolívar con Manuelita Sáenz cuando hizo su paso victorioso por San Sebastián a principios del siglo diecinueve.
Desde el sillón, donde se podían acomodar seis personas, la mirada de espera se enfrentaba a otros ataúdes; de manera, que casi siempre, quienes se sentaban allí preferían mirarse las caras, cerrar los ojos, fijar su vista en el suelo y, en todo caso, establecer una conversación sobre los temas de más actualidad en el pueblo.
Cuando la llamada de larga distancia estaba lista, la persona solicitante se dirigía al final del pasillo donde quedaba la cabina telefónica. Era un estrecho cuarto rectangular de madera de color oscuro que tenía una puerta con una pequeña ventana de vidrio que daba justo frente a la cara de quien llamaba. Cuando la cabina se cerraba, el cuarto quedaba sumergido en una tenue oscuridad, luego de la cual se encendía un bombillo rojo. A través de la ventana se podía ver a la telefonista mostrando el reloj de la pared, señal con la que indicaba que el tiempo empezaba a correr.
Muchas veces utilicé este servicio telefónico. Claro está que al principio me sentía nervioso al entrar a la funeraria. Un pequeño escalofrío subía por mi espalda y, como la mayoría de personas, atravesaba rápido por el pasillo. Pero poco a poco, con la familiaridad que da la rutina, fui visitando el teléfono en forma natural, sin siquiera percatarme (a veces) de los ataúdes.
Decía que mientras se establecía la comunicación, en el sillón de espera se ponía uno a conversar con las otras personas que estaban esperando su llamada.
Precisamente en una de esas ocasiones, una señora, doña Rosa Lúligo, me contó la historia que les relato enseguida y que había ocurrido apenas hacía un par de años en esta central improvisada de llamadas de larga distancia.
Pedro Argáez, un joven funcionario del gobierno nacional fue vinculado por contrato a una de las oficinas del pueblo. Se vino solo. Toda su familia se quedó en la capital de la república. Su novia, con la que pensaba casarse, también se quedó en la ciudad.
Mientras llegaba el nombramiento y el reconocimiento de sus salarios para poder viajar a la capital, todos los domingos a las diez de la mañana el joven entraba a la funeraria para hacer su llamada de larga distancia. Los domingos en un pueblo tienen el aroma inconfundible de la soledad, sobre todo cuando su fragancia nace de la lejanía y la ausencia del amor.
Al otro lado de la línea, siempre le contestaba su novia. Pedro Argáez permanecía en la cabina minutos interminables. La gente toleraba que se demorara pues todos sabían que estaba hablando con su prometida de la capital y en asuntos de amor el tiempo se despoja de las horas y cualquier instante es eternidad.
A través de la ventanilla de la cabina se veía que Pedro Argáez sufría la nostalgia de la ausencia. A veces sonreía y otras, con mucha ternura, consolaba a su novia. El joven le pedía un poco de paciencia que ella parecía no podía soportar, sobre todo una semana, después de tres meses de separación, cuando estuvo muy enferma y postrada en cama agobiada por una fiebre extraña y de origen desconocido.
Él le contaba a su novia lo que hacía durante la semana y la consolaba diciéndole que aunque el tiempo fuera al paso lento de una tortuga, para él pasaba volando y que pronto estarían juntos otra vez y que sólo la esperanza de verse lo hacía soportar la distancia.
Pero el tiempo en San Sebastián pasaba con la lentitud de una campana fúnebre de iglesia. Los días eran como una camándula: formaban las semanas y las semanas tejían los meses. Y Pedro Argáez, todos los domingos a las diez de la mañana, durante seis meses, con la misma expresión de enamorado ausente entraba en la cabina telefónica de la funeraria para hacer su llamada de larga distancia. Tan respetable y cotidiana se convirtió la costumbre que aún hoy día nadie llama a esa hora. Y cuando alguien lo hace ocasionalmente, el teléfono suena ocupado. Es como si ese tiempo aún estuviera reservado para las llamadas de amor de Pedro Argáez y su novia. Tal vez usted lo compruebe algún día cuando visite el pueblo.
Y haciendo uso de la brevedad que da la espera de una llamada, doña Rosa Lúligo me terminó de contar la historia: un domingo el joven habla con su amada y le promete que, por fin, la próxima semana irá a visitarla, ya que le llegará un cheque de pago parcial de su trabajo. Se revelan uno al otro que estos seis meses de ausencia los han hecho sentir el amor más a flor de piel. Seis meses durante los cuales los enamorados se han dicho domingo tras domingo que un amor así no se puede acabar jamás. “No dejes de venir el próximo domingo, amor”, le dice ella”. “No faltaré, mi amor”, le responde él enternecido.
—Todos los habituales usuarios del servicio telefónico nos alegramos de ese encuentro y se lo hacemos saber con una sonrisa que él nos devuelve con cierta vanidad —me dijo con un profundo suspiro doña Rosa, mientras miraba la cabina rectangular de color caoba desde donde se hacían las llamadas de larga distancia.
Como sabe que a su novia le gustan las rosas rojas, el joven Pedro Argáez le compra un hermoso ramo al llegar a la terminal de transportes de la capital el domingo acordado, después de viajar toda la noche. Presuroso, toma un taxi y se dirige a la casa de su novia. Cuando se baja y golpea a la puerta, también la ansiedad está golpeando su corazón.
Una señora abre la puerta de la casa. Es su suegra. Está vestida de luto. Antes de saludarla, Pedro Argáez, siente que un súbito escalofrío recorre todo su cuerpo.
Fustigado por un presentimiento fatal mira angustiado hacia adentro. Hay un altar de flores con una veladora prendida. Con desesperación, el joven pregunta por su novia.
—¿Cómo? ¿Usted no sabe? —le dice la señora echándose a llorar—. ¡Mi niña murió hace tres meses!
Pedro Argáez quedó estupefacto. Sintió que caía en una oscuridad interminable mientras escuchaba, lejanas, las últimas palabras de la mujer:
—... hace tres meses... Lo llamamos, le pusimos telegramas, pero fue imposible localizarlo. Nadie nos dio razón de usted. Es como si jamás hubiera existido en ese pueblo...
...
El beso de un tenue viento, como un suspiro venido desde la eternidad, deshojó las rosas tiradas en el suelo...

TALLER DE COMPETENCIA LITERARIA, 

LECTURA Y TALENTO CREADOR 

Desarrolla las siguientes actividades en tu cuaderno.
Nivel interpretativo o literal
1. Escribe el argumento del cuento que acabas de leer.  ¿Cuál es el inicio? ¿Cuál es el nudo? ¿Cuál es el desenlace? Utiliza diez a quince renglones.
2. Elabora un pequeño retrato (descripción del aspecto físico y moral) de los siguientes personajes: Pedro Argáez, la novia de Pedro Argáez, Rosa Lúligo, el narrador.
3. Remplaza la palabra “estupefacto” (final del cuento) por otra, sin que se altere el sentido de la frase. 
4. Describe el lugar y el tiempo donde trascurren los hechos.
Nivel argumentativo
5. El autor compara, en el párrafo catorce, los días de la semana con una camándula. ¿Con qué otro objeto los compararías tú, sin que la frase siguiente pierda coherencia?
6. ¿Crees que la época actual, con celulares y toda la tecnología que existe, hubiera sucedido lo mismo? Justifica tu respuesta.
7. Escribe otro título que le pondrías al cuento. Justifica tu elección.
8. Escribe una lista de los hechos que consideres reales y los hechos que, en tu opinión, son fantásticos. Explica las razones que tienes para elaborar esta clasificación.
Nivel propositivo, creativo e intertextual
9. Escribe, en forma directa, el diálogo que sostiene Pedro Argáez con su novia cuando le asegura que irá a ir a visitarla el próximo domingo. No olvides que para introducir el diálogo directo se emplea la raya: —
10. Analiza el título del cuento. ¿Qué significados puede tener “Llamada de larga distancia”?
11. Escribe un párrafo final en el que cuentes qué sucedería con Pedro Argáez luego del suceso que le pasó.
12. ¿Crees que el cuento es real o ficticio? Argumenta. 
13. Escribe los sentimientos que te inspiró el cuento.
14. Escribe cinco interrogantes que te puedes hacer después de leer el cuento.

Para realizar en casa
1. Comparte la lectura del cuento en familia con tus padres y abuelos. Luego pregúntales si han vivido o escuchado una historia como la que se narra en Llamada de larga distancia. Escribe el argumento y compártelo con tus compañeras y compañeros de clase.
2. Dibuja otra posible portada para el cuento. Preséntala ante tus compañeros de clase.
3. Elabora una historieta de cinco viñetas, donde muestres las partes principales del cuento. 
4. Escribe una carta al autor de Llamada de larga distancia en la que le manifiestes tus impresiones e inquietudes acerca del cuento. Si deseas, envíala al correo electrónico de la Editorial: edicionescatedrapedagogica@gmail.com


Derechos reservados del autor. Grupo Editorial Ediciones Cátedra Pedagógica
(Citar la fuente)


Datos del autor

Olegario Ordóñez Díaz. Pedagogo y escritor. Nació en Bogotá  (Colombia) el 14 de junio de 1958. Licenciado de la Universidad Pedagógica Nacional, Estudio Máster en literatura española e hispanoamericana de la Universitat de Barcelona. Trabajó en la Plata, Huila, en el Instituto Agrícola y el Colegio Marillac. Fue fundador de la UNISUR-UNAD (Universidad Nacional Abierta y a Distancia) en el mismo municipio. Trabaja con la Secretaría Distrital de Educación de Bogotá, en la I.E.D. Florentino González.

Conferencista, autor, coautor y editor de obras didácticas de amplio reconocimiento en Colombia, México, Venezuela, Ecuador, República Dominicana, entre las que se destacan Español sin fronteras, Talento, Alborada, Antorcha, Mitos y leyendas de América y del mundo (Voluntad); Español: desarrollo de competencias básicas del lenguaje (Pearson Educación de Colombia), Palabra mágica (Susaeta-República Dominicana); Raíces, Taller del Idioma (Edinorma, México), Mensaje (Excelencia, Venezuela), Cómo leer un libro (Esquilo, Cátedra Pedagógica), Cómo hacer un análisis literario (Cátedra Pedagógica). 
En su obra literaria figuran Sueños de príncipe, Llamada de larga distancia, Yo vi un día a la poesía, Autorretrato, El náufrago (Finalista en el 7o. Concurso Nacional de Cuento RCN - Ministerio de Educación Nacional, 2013); El soñador enamorado y otros relatos, El paseo de los helados y otros cuentos, Mi abuelita: la mejor lectora del mundo, La sirena de los niños, Regalo de cumpleaños, Una heliconia para el corazón de una mujer, Cuentos Interactivos (Los sueños de la oruga, El sapito saltarín, Mi gato feliz, La tortuga Valentina, El coro de los animales), entre otras obras.

Premios:
-Premio Nacional de Poesía Unisur (UNAD) - V aniversario, 1987
-Finalista 7o. Concurso Nacional de Cuento RCN - Ministerio de Educación Nacional, 2013 (El náufrago).

Reconocimientos:
-Condecoración Congreso de la República - Cámara de Representantes Mención de Honor,  (Resolución 521, Junio 21 de 2010).

sábado, 6 de enero de 2018

Un momento de serenidad y alegría


Un momento de serenidad y alegría
Olegario Ordóñez Díaz con Manolo

miércoles, 15 de febrero de 2017

EL ORÁCULO - CUENTO - OLEGARIO ORDÓÑEZ DÍAZ

EL ORÁCULO
Olegario Ordóñez Díaz

…Sólo que cuando todo se juntó,
cuando todo se unió, todo se perdió…
O.O.D.

“Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo”… Terminó de leer en voz alta la frase de Rubem Fonseca en la “Cofradía de los Espadas” y se estremeció. Otra vez hallaba una respuesta que provenía de un libro. Era el juego de las preguntas, que dos meses atrás, en el baile de la convención editorial, ella le había enseñado. Tomaban un libro cerrado y formulaban una pregunta que giraba, por lo general, alrededor de su propio destino. Luego cerraban los ojos, abrían el libro en cualquier página, y guiados sólo por un impulso primigenio, dibujaban pequeños caminos con el dedo índice y señalaban una frase al azar: la respuesta del espíritu del libro a su pregunta.

Cuando consultaba el libro ―y no habían sido más de tres veces desde que la conoció― se sentía nervioso ante la profecía. Como ahora, cuando intentaba descifrar el sentido de la frase del escritor brasileño. Un libro tiene su propia vida, su propia voz, su propio espíritu, su propio código, independiente incluso de su autor. Sabía que los libros tienen ese raro misterio de responder a lo que se les pregunta, cuando se despierta su espíritu. Son una especie de oráculo. Como el Oráculo de Salomón. Y siempre su respuesta es reveladora. Y ahora él estaba allí, mirándola, mientras la mujer, sonriente, con sus apasionados ojos negros penetraba en su alma. Sentía que ante ella todos sus secretos se develaban. Sabía que todo era posible en ella. Lo raro y lo imposible se hacían comunes y posibles en su ser. Eso era lo mágico. Y aunque para todos era imposible entender su mundo, él sabía, como se lo decía el libro, que ella era la única persona que no sólo podía entenderlo por completo, sino experimentar las mismas sensaciones que él sentía. Estaba feliz, lúcido. Y ella con él. No era una ilusión rara e imposible. Era cierta, factible; y tocaba su misma melodía. 
Estaban en la cumbre más alta de la ciudad. Allí donde —en la soledad― se fundían la lucidez y la felicidad. Desde el frío cerro de Monserrate, a medianoche, escuchaba el oleaje del inmenso mar de luces, alrededor del cual sólo había una oscuridad espesa. “Es el murmullo de la noche que bisbisea todas las historias del mundo”, pensó. Luego se repitió: “Como la nuestra”. La sintió junto a su cuerpo. Hermosa. Sensual. Ella le rodeaba el cuello con sus brazos, como cuando lo hacía en la calle, sin importar quién los estuviera viendo o murmurando. No sabía por qué, pero se habían entendido desde el primer instante cuando él le había susurrado inusitadas y atrevidas frases mientras bailaban, y ella le había revelado que él le había descubierto ―desnudado, fue la palabra precisa que usó― los laberintos más apasionados de su alma.
Aquella noche bastaron cuatro palabras. “Espíritu del libro, háblame”. Y el libro de Joyce había respondido: “Desde la lejanía vienes a descubrir mis sueños”. Sentía que siempre la había esperado y que su encuentro se producía con una diferencia de casi veinte años entre los dos, pero con sus espíritus sin edad. En medio del murmullo de la oscura noche, él se había diluido entre sus besos y el ritmo joven y sensual de sus caderas.
Y ahora el oráculo le había respondido por tercera vez con la frase de “La cofradía de los Espadas”. Ella era la única que podía sentir junto a él la felicidad y la lucidez. ¿Pero en realidad se podían sentir al mismo tiempo lucidez y felicidad? ¿Acaso la felicidad no embriaga y obnubila la consciencia? ¿Cómo se puede entonces ser lúcido? ¿Y cómo la lucidez puede dar paso a la felicidad? ¿Podía sentir ella lo mismo? Escuchaba su risa y sus palabras como una dulce melodía que en la noche se confundía con el susurro de los árboles. Se respondió a sí mismo que la lucidez era el estadio superior de la felicidad. Pero también intuía que esta conjunción creaba una ansiedad más intensa, una incertidumbre mayor. Como todo tiende a cambiar, se preguntaba qué habría más allá de la felicidad y la lucidez, de ese nirvana en el que ahora se encontraban, en este fulgor de sempiterna placidez universal.
En la cumbre del mundo sentía el frío del sereno en su cara. Abrazado a ella, fundido en el cosmos, en una eternidad sin tiempo, quería perpetuar este instante, pero sabía que luego vendría el teleférico que los bajaría a la ciudad, al futuro. ¿Mas qué sabían del futuro? ¿Qué sobrevendría a la felicidad? ¿Podría existir más amor después de haber alcanzado la felicidad misma? ¿Acaso el amor no existía sólo en la incertidumbre? Así le había contestado el oráculo, a través de un libro borgiano, la segunda vez: “Sólo se encuentra el amor en la incertidumbre”. En realidad cada instante con ella era el principio y el fin. Por eso era intenso, de absoluta entrega, desde que ella le había susurrado al oído: “deseo estar con usted…” y habían fundido entonces su piel y su alma en una sola llama de pasión desbordada.
Esta noche estaban en la cima de la felicidad. ¿Y después de este momento, qué habría? ¿Qué vendría? ¿Acaso llegaría algo? La noche encerraba su misterio infinito. Dentro de poco descenderían en el teleférico. Entonces tendría la sensación de volar sobre ese mar de luces. Cobijándola con los brazos, sintiendo todo su cuerpo bajo él, en el éxtasis de una felicidad sin límites, se adentraría de nuevo en la boca de la gran ciudad, en el destino de una maraña de incertidumbres, tal vez de infinito vacío.
Presentía que cuando bajara por ese túnel oscuro de la noche se acercaría a la misma infelicidad y confusión de las que no escaparía tras la despedida. Cuando ella se fuera, quedaría entonces con un agrio sabor de desolación.
Sólo los libros sabían el secreto de su sino. Sólo ellos lo guardaban. Y cuando sus páginas se abrieran, lo revelarían. Pero entonces tendría miedo de preguntar de nuevo a su espíritu. Tendría miedo de abrirlo. De señalar otra vez una frase al azar. De que el oráculo corroborara sus presentimientos. En el fondo, su corazón sabía que cuando abriera otra página del libro, de cualquier libro, sus palabras tejerían lo inevitable. Hasta cuando existiera otra vez la esperanza de lo fortuito, de lo casual. 
No podía escapar de ese inconcluso, eterno e inevitable círculo de incertidumbre e ilusión en el que siempre viajaba…


Cuento participante en el Quinto concurso literario “El Brasil de los Sueños”. Instituto de Cultura Brasil Colombia (IBRACO). Homenaje a Rubem Fonseca, 2010.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Una heliconia para el corazón de una mujer

Una heliconia para el corazón 
de una mujer de ensueño en una noche de espejismos

Olegario Ordóñez Díaz
(Colombia)

«Mi corazón pide perdón 
por latir tan fuerte frente a mi amada.
Sólo pido que la noche sea lenta, 
porque será la única».
Poema árabe. Gloria Pérez, «El clon»

A Lina G.

La heliconia es un colibrí calotorax de alas multicolores que me ha llevado desde la noche hasta el corazón apacible de una mujer de ensueño: cálido nido de ternura donde he descansado de mi largo viaje. 

Sucedió una fría noche de mayo en medio del bullicio de los corrillos que se formaban como espirales interminables en un acto social, después de prolijos homenajes y banales discursos de campaña. 

Entre el frenesí que producían los vasos de whisky, se reconocían y se abrazaban los viejos y los nuevos amigos, dándose golpecitos en la espalda, mientras esbozaban sobre los hombros sonrisas de fingida sinceridad. Así se celebraban los encuentros y se acordaban futuras promesas. 

Con sus agujas de ancianas sabias, las horas tejían y destejían olas de murmullos que levantaban y bajaban en sus crestas comentarios sobre política, conflictos sociales, procesos de paz, elecciones, puestos, discordias, alianzas y estrategias. Se construía un mundo nuevo y efímero; se confundían y se deshojaban las mentiras, las verdades, la desesperanza, la ilusión, las inciertas promesas, el ayer y el mañana… En esta noche de lluvia, dentro de la estancia del prestigioso hotel de mullidas alfombras rojas con bucles dorados, se libaban dulces horas de divertimento y ficción, amenizadas por la melodía que producía el grave rumor de las palabras. Algunas personas parecían golondrinas buscando sus nidos; otras, en silencio, ya embriagadas y solas, sin saber a qué habían venido, lloraban su nostalgia y, quizá, sus anhelos frustrados.

Entre todos los grupos me fijo sólo en uno; dejo que las otras historias de esta noche se filtren por sus propios laberintos indescifrables. Allí, en una esquina del salón —a escasos diez pasos de donde nosotros habíamos formado nuestra propia isla de tres personas—, en medio de cinco acompañantes emerge una joven y encantadora mujer, envuelta en un velo de niebla, como si saliera de un lago de la sabana; una mujer de ensueño, una maga que aparecía desde los confines misteriosos de la noche.

Me quedo mirando aquella extraña visión. Sólo la veo a ella entre todas las sombras del amplio salón que ha sido adornado con grandes, hermosas y coloridas flores. Como si fuera una eternidad pasan los segundos. Sólo con ella he abierto un canal de unívoca comunicación. Es una mujer independiente, natural, con la mirada curiosa e intuitiva de sus profundos y fijos ojos negros, de boca sensual y sonrisa alegre, de la cual brotan palabras inteligentes, suaves y subyugadoras. Lo percibo por el movimiento de sus labios, sus gestos y ademanes, y por la expresión fascinada de quienes la rodean. La última persona que ha arribado a ese cuadro de Fuentes ha sido el anciano que estaba junto a mí y que, ya entonado, decidió escaparse al grupo de la joven para disfrutar un instante de su alegría.

 Al observar aquella mujer de ensueño, me invade el éxtasis que se tiene al contemplar una obra de arte. Tengo el presentimiento de que es un cofre de secretos, enigmas y misterios. De repente, nos sorprende el mutuo encuentro de una mirada casual. Me hallo en un instante con ella. Le hago un brindis desde lejos. Ella busca su copa y, con una sonrisa, brinda conmigo. Ya la comunicación es biunívoca, aunque sea por una fugaz reverberación del tiempo.

A medida que pasan los minutos, crece en mí el deseo de hablarle, de manifestarle la alegría de saber que está aquí, de haberla visto un momento, sin saber siquiera quién es; de decirle que esta noche ella es poesía; que estos pequeños hechos animan la vida, y que aunque sea un ave que pronto levante vuelo de nuevo hacia el infinito, habrá dejado en esta noche su imborrable estela luminosa. 

Entonces, en un impulso repentino e inexplicable, venzo la timidez espectral que siempre me ha acompañado, elijo y tomo la heliconia más hermosa entre todas las flores que adornan el salón, me dejo llevar, con mi corazón palpitante —como el de un romántico decimonónico— hasta el corazón apacible de la muchacha, e irrumpo en el grupo asombrado que la rodea, para expresarle mis pensamientos en el lenguaje más universal: el de las flores; para decirle, al tiempo que le entrego la heliconia, que ella es la reina de la noche, una mujer de ensueño; que esta flor sólo es un pequeño tributo a su belleza y que todos los que están aquí son los seres más afortunados por compartir su alegría. 

Ella, sorprendida, ha recibido la flor con una sonrisa amable y cariñosa. Y ya convertida por la magia del destino en la dama de las heliconias de suaves pétalos que se pintan de rubor, parece que flotara en el ambiente. Un suave rayo de luna la ilumina,  haciéndola ver aún más bella. 

Sí; he atravesado el tiempo y he vencido la noche con la luz de una flor. Me he acercado como un intruso para llamar su atención… Y ella abrió afable su ventana. Hasta su balcón he llegado con una heliconia, cultivada con amor en el corazón de un jardinero... A ella, la mujer más hermosa de la fiesta, he importunado esta noche con una bella flor del color de su blusa, del color de sus mejillas, del color de sus labios, del color de sus ojos. La heliconia se ha sentido orgullosa de que una muchacha bonita la tenga entre sus manos, y sus largos pétalos se estremecen con vanidad. 

Entre risas y juego, los integrantes del grupo, como los pretendientes en la lejana Ítaca, quieren ser los que le han regalado la heliconia. Pero ella sabe que he sido yo, Odiseo, que en el humilde vuelo de un colibrí he surcado los mares desde tiempos inmemoriables para llegar a ella. Sólo yo, el que tal vez nunca más la verá; el viajero que siempre guardará el encanto de esta noche.

He atrapado su corazón puro. En él he descansado de mi largo viaje. Esa mujer delgadita de cabellos fluviales; esa muchacha alta de ojos almendrados en los cuales se dibuja la noche con todos sus enigmas; esa mujer sencilla, de sonrisa amable y gentil, que ha roto el frío con su alegría y sus palabras, se llevó la heliconia en su corazón. En realidad, ella fue la agasajada… Ella, en quien se descubre, en el breve espacio del universo, la poesía que hay en su ser, en su inteligencia. Ella, la poesía misma que tornó en encanto una velada taciturna.

Una flor abre el corazón de una mujer que ama la vida y conserva el lirismo en su alma. La muchacha de la heliconia por siempre la cultivará en el jardín de su ánima idílica. Nunca la dejará. Sé que no lo puede hacer porque es sensible. Tiene esa ternura inequívoca que es el milagro más certero para cambiar el mundo. Entre la bruma de la noche se destila su poesía tropical. Sé que danza; sé que su cuerpo tiene ritmo de bambucos; su piel, el sol de la llanura; su canto, el rumor del viento entre los arrozales. Sus ojos negros, misteriosos y secretos son portadores del fuego del Helicón. Y yo soy un argonauta que ha naufragado en ellos. Sé también que ella tan solo es un espejismo del pasado y del futuro en el cual siempre estaré envuelto… 

Esta noche me ha dicho que ha venido sola. Le he prometido que no andará más sola porque siempre voy a estar con ella. Seré un jardinero para cuidarla. Yo sé que, en secreto, conmigo iría al mar, tal vez subiría en una nube, o viviría en otra galaxia. Sé que se adentraría tomada de mi mano en los misterios de las sombras, en los rayos del día, en los sueños del mañana. Tal vez en la dimensión de otro encuentro fortuito, en otro mundo yuxtapuesto, los hilos rojos y delgados del destino sigan tejiendo nuestra historia...

En medio de la noche en la cual surgen cientos de fastos de seres anónimos, ella ha sido protagonista de un relato inolvidable. También yo lo he sido. Después de ese relámpago que condensa la vida, ya no será más ella. Se habrá perdido en la bruma de la noche, sin mirar atrás. Pero su recuerdo se habrá quedado suspendido en un eterno viaje en el tiempo y en el espacio, como el vuelo perenne de un ave del paraíso que despierta fascinación y que va cambiando el mundo con su alegría. 

Tal vez nunca más la veré, a ella, a la que se va, a la muchacha del olvido que ahora es una heliconia, le he dicho. Pero siempre encontraré a la musa del corazón de ensueño (aunque su imagen se diluya en el tiempo) en cada instante secreto, en la sonrisa que ilumina, en el goce de una palabra, en la esencia de un beso, en el aroma de una flor, en la emoción de una pintura dianista. Mañana escucharé muchos discursos, asistiré a muchos eventos iguales, pero como ella no veré a ninguna otra en ningún rincón de la Tierra. 

Ave del paraíso, grácil, ligera, de inmensa alegría: 
sólo te veré en el destello de otra noche de espejismos. 

Por una breve tregua del tiempo aquella noche la guerra desapareció del mundo… En ese mínimo corpus la poesía reveló un camino a la vida. A veces la existencia nos proporciona estos destellos metafóricos para recordarnos que en los pequeños momentos de cada día podemos encontrar y sentir la felicidad, nuestro perenne carpe diem.

Luego se apagaron las luces. Se esfumaron las voces, las risas y las figuras confusas. Se fueron para siempre. Solo quedan en la mente y en estas palabras pequeñas memorias del tiempo. Ahora viajo, sin presentimientos, en su corazón.

Aquella noche de mayo salí a la soledad de la calle. Seguía lloviendo. Pero, extrañamente, no me sentía solo.

Hoy, con el paso circular de los días y los años, creo que aquello sólo fue un sueño. Un espejismo. La magia de un relámpago en el tiempo. Me suele suceder… No supe su nombre. Fue un ave del paraíso que bajó por un instante. Ella se quedó suspirando con la heliconia y yo me fui abrigando en silencio mi alma, protegiéndome de la lluvia con su recuerdo. Sin tristeza. Con alegría y cierta nostalgia… 

Sin planes. Como el eterno fantasma que soy.

Bogotá, junio de 2005- diciembre 2016

miércoles, 31 de agosto de 2016

Máster en Estudios Universitarios de Literatura Española e Hispanoamericana Universitat de Barcelona

Máster en Estudios Universitarios 
de Literatura Española e Hispanoamericana 
Universitat de Barcelona



sábado, 28 de mayo de 2016